sábado, 18 de diciembre de 2010

CRIATURAS ASESINAS (1983)


Un meteorito se estrella una noche, cerca de una tranquila localidad. De su interior emergen unos horribles seres que poseen un apetito voraz, devorando todo a su paso. No paran de crecer y poco a poco empiezan a arrasar con la comunidad. Se adentran en una pequeña casa y parece que nada puede detenerlos, salvo la perspicacia de un niño.

Si estás leyendo esto y has visto la película de la que hablamos, perteneces a un club bastante selecto, ya que dicho largometraje es bastante desconocido y en su momento pasó con más pena que gloria por los videoclubes de todo el mundo. Y es que se trata de una especie de refrito de Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979), pero con unos bichos mucho menos realistas y amenazadores, y ambientada en la Tierra, concretamente en un pequeño pueblo del interior de Estados Unidos.

La cosa pinta bien en su inicio, cuando dos excursionistas ven la caída del meteorito, se acercan para ver qué ha ocurrido y ya se sabe qué le pasó al gato. En esa escena no vemos a los monstruos, aunque deducimos que poseen tentáculos, son fuertes y tienen más hambre que un pollo en agosto. Pero en la escena siguiente ya estamos viendo su aspecto, que aunque impresiona, recuerda demasiado al de una planta carnívora gigante; por tanto, la sorpresa, que en otras ocasiones se reserva para el final, aquí nos es desvelada cuando llevamos 5 minutos escasos de metraje. Por supuesto, la intención del director era mostrar a los bichos cuanto antes, para así construir las escenas de los ataques sin tener que recurrir al fuera de plano, pero es que dichos momentos ni resultan tensos ni se resuelven bien.

Desde el primer momento, los monstruos se ubican en una casa del municipio, pero hasta bien avanzado el metraje no vuelven a atacar, lo que ocasiona el aburrimiento del respetable. Parece que nacen pequeños y van creciendo en función del agua y los alimentos, pero bien pronto aparecen algunos que son tremendos, así que esa explicación también la olvidan a las primeras de cambio. Pero vamos, que esto no pasa de ser una aburrida serie Z de tarde de domingo, con niño salvador incluído. Por cierto, un actor bastante mediocre, pero que acaba siendo el héroe de la función porque no le tiene miedo a nada, gracias a los cientos de filmes de horror que ha visionado a lo largo de su escueta vida.

Si hay algo que no se le puede criticar a la película es el gore, que hace acto de presencia en cada matanza, ante los ojos de los más jóvenes. Luego ves a los pequeños bichitos, que parecen unas babosas carnívoras, devorando los cadáveres, y no te lo terminas de creer, pero el primer efecto es perturbador. Por supuesto, los efectos especiales brillas por su ausencia, y los seres cantan a cartón piedra que da gusto, mas tiene una conclusión poderosa, aunque sea maqueta mediante.
Si debo quedarme con una escena, es la de la muerte de la chica del prota, que en todo momento parece ser un personaje relevante, pero que fallece por la estupidez del chico, que luego resulta ser un cobarde y un loco.

Es una película muy muy floja, con mucho bicho pero poco realista. Tiene una realización mediocre (su equipo está formado por aficionados, está claro),y una historia alargada en exceso, que podría servir para un libro de terror infantil. Pero vamos, el final mola. Y su cartel, también.

martes, 7 de diciembre de 2010

BEOWULF, LA LEYENDA (1999)


Una extraña y despiadada criatura se ha adentrado en las murallas de un Castillo. Aparece por las noches y acaba con la vida de todo ser viviente. Ni el Rey ni sus súbditos saben qué hacer para acabar con la bestia. Pero un día, un misterioso guerrero, armado de todo tipo de armas, llega al lugar con el firme propósito de acabar con el monstruo, con el cual tiene una conexión que va más allá de lo físico. El nombre del guerrero es Beowulf y descubrirá que la bestia ha llegado allí por un terrible motivo.

Vapuleada en su momento por crítica y público, Beowulf la leyenda parece tener unas pretensiones grandilocuentes de superproducción épica y de una originalidad sin precedentes, uniendo los mundos de la mitología clásica con Mortal Kombat (Mortal Kombat, Paul W.S. Anderson, 1995), pero se queda en una chapucera serie B con peleas de kárate y un presupuesto más bien ajustado, que en su mayor parte se destinaría a contratar un rostro reconocido como es el de Christopher Lambert, que estaba llamado a ser el nuevo Nicholas Cage de aquellos años. Y es que tras este infraproducto que se llegó a estrenar en salas comerciales, el Escocés no volvió a levantar cabeza, salvo en casos puntuales como el de Resurrección (Resurrection, Russell Mulcahy, 1999).

La cosa no pinta bien ni al comenzar los créditos, que imitan la famosa entrada de las películas de Mortal Kombat, con unas figuras entre llamas que conforman el título del filme. Pocos segundos después, Beowulf ya está repartiendo patadas de kung-fu a diestro y siniestro, y soltando frases lapidarias. Sale victorioso ante una horda de enemigos usando el armamento más sofisticado, que ya lo quisiera Batman para sí, y poco después llega al castillo del terror, que desde fuera parece una atracción de Port Aventura. Lo mejor de aquel siniestro lugar es Rhona Mitra, la bella hija del Rey, así como sus portentosos escotes, que dicen mucho del jefe de vestuario de la película.

También conocerá a más personajes, como el armero, el capitán de los soldados o el hijo del armero, pero casi ninguno tiene importancia. Lo verdaderamente relevante es el aspecto de la criatura a la que se enfrentará el protagonista a base de piruetas: un monstruo de traje de Carnaval que ondea, o algo así. En su primer enfrentamiento, le pega una buena paliza a Beowulf, pero luego las cosas cambian y el ser no pinta tan fiero. Y es que con semejante diseño, ni Lambert se podía tomar en serio el asunto. No obstante, se nota que es un actor respetable y a pesar de reírse un par de veces, pone cara de circunstancia y pelea como ninguno.

Los efectos especiales son de risa, así como el guión, que se pitorrea del poema en el cual se basa la historia. Lo peor no es que reformule el argumento original, lo peor es lo aburrido que resulta todo en general, incluídas las peleas, que acaban pareciendo torpes y sosas, todas iguales, rodadas sin ganas.

Como vengo diciendo, las interpretaciones no están mal, pero es que comparadas con todo lo demás, nadie puede reparar en ellas. Pero si ya te fijas en los diálogos y la relación de amor entre Lambert y Rhona Mitra, no puedes más que apartar la mirada de la pantalla.

El final prometía secuelas con más monstruos y aventuras, pero el público no es tonto y esta amenaza se quedó en agua de borrajas. Ni que decir tiene que el director y los guionistas poco más hicieron tras Beowulf. Actualmente, quien más fama tiene de todo el equipo es la señorita Mitra. Y que siga así por mucho tiempo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

SE ALQUILA (2010)

Se Alquila from Nuevos Vagos on Vimeo.


Los Nuevos Vagos participamos en un nuevo y flamante concurso de cortometrajes de terror, organizado por PortAventura, con esta pieza, que lleva por título Se Alquila, donde le damos una vuelta de tuerca al horror que sienten los niños por el monstruo del armario.

Arriba tenéis el vídeo en buena calidad, pero en el siguiente link podéis acceder para votarnos en el concurso, si es que os gusta y no queréis que el monstruo os ataque esta noche... El registro lleva sólo un momento y haréis felices a muchos niños huérfanos si nos votáis.

Ante todo, Los Nuevos Vagos esperamos que os guste, y que os lo haga pasar bien y mal a la vez, el principal objetivo del cine de miedo.

http://www.minicortosportaventura.com/ficha-video.aspx?id=381

domingo, 12 de septiembre de 2010

MY NAME IS BRUCE (2008)


A muchos se nos hizo la boca agua al oír hablar de este proyecto por primera vez. Una película donde el genial Bruce Campbell se dirigía y se interpretaba a sí mismo, en una delirante trama, donde un chaval cree que el actor es un auténtico cazamonstruos (se ha visto todas sus películas y es su fan número 1), y le acaba secuestrando para que acabe con un fantasma chino que ha resucitado en una mina cercana al pueblo. No obstante, se encontrará con un mediocre actor que vive a base de penosos papeles en filmes de serie Z, adicto al alcohol, con un representante que le toma por el pito del sereno y se acuesta con su exmujer, que vive en una cutre caravana y tiene poco de héroe. La película prometía grandes dosis de mala uva, mucho humor y algunas gotitas de terror, y algo de eso hay, pero bastante poco y deslucido, la verdad. Quizá sea por un guión que podía haber aportado mucho más, o por la dirección del tito Campbell, que es monótona y toma demasiado prestado de las primeras obras de su buen amigo Sam Raimi.

Por otro lado, apena un poco que Campbell se burle tanto de las cintas que le han hecho popular en todo el mundo, un icono de la serie B. A lo mejor las respeta más de lo que parece en esta película, pero algunos chistes sobre ello se hacen repetitivos y cansinos. Eso sí, algunas referencias al bueno de Sam Raimi o a anteriores obras protagonizadas por Ash, logran sacarte una carcajada, pero sólo si las conoces o simpatizas con el actor y director. La sensación final es que estás ante una película que podría haberse exprimido más, para sacarle todo el potencial cómico a las situaciones y a los propios personajes, que no dejan de ser una parodia de todo lo que imaginamos sobre el mundo de Hollywood o los pueblos perdidos de la América Profunda.

Como siempre, Bruce Campbell está genial haciendo de sí mismo, o más bien del personaje que ha creado a su alrededor, y sus frases son las mejores. Por ello, se acaban olvidando de la trama que hay alrededor. Y que nadie se engañe, sólo hay un monstruo y un enfrentamiento final con él. Posiblemente, un punto positivo es la conclusión, donde Campbell se atreve con el metacine y con la mofa de los típicos finales del séptimo arte. La historia de terror queda en un segundo plano, reservando todo el protagonismo para el actor fetiche de Raimi.

Cada parte de la película está presentada por una canción country que resume la situación, un recurso gracioso, pero mejor aprovechado en otros títulos como 2000 Maníacos (2000 Maniacs, Herschell Gordon Lewis, 1964).

Como he explicado antes, la realización es casi de telefilme barato. Normal que, debido a ello y al limitado número de espectadores al que va dirigida la película, venga a España directamente a las estanterías reservadas al DVD, donde le deseamos lo mejor, para una posible secuela de la que ya se habla, en la que el actor se enfrentaría en esta ocasión a otro mito: Frankenstein. Por cierto, que el título en nuestro país será Posesión Demencial, haciendo alusión al título que encumbró a actor y director. Lo de siempre, mera campaña para atraer a despistados.

Es un filme que merece la pena ser visto, pero que decepciona si esperas grandes momentos, risas sin parar o algún susto logrado. Por supuesto, esperamos que Bruce siga deleitándonos con esas obras chuscas que tanto nos agradan y que tanto nos gustan, quizá por su falta de pretensiones, algo que este título ha olvidado por completo. Y por favor, que Campbell nos deleite con ese proyecto que tiene entre manos, que sería un Los Mercenarios (The Expendables, Sylvester Stallone, 2010), pero con actores especializados en el terror ochentero. Menuda idea genial.

domingo, 5 de septiembre de 2010

PESADILLA FINAL: LA MUERTE DE FREDDY (1991)


Recuerdo que cuando estrenaron esta película en el cine de mi pueblo, viendo el póster, donde aparecía un Freddy que extendía su mano hasta parecer traspasar el papel con su garra de cuchillas, me acojonaba hasta límites insospechados. Mi corazón quería ver la película con todas sus consecuencias, pero mi cabeza me decía que huyera, pues sólo el póster me iba a producir más pesadillas que a los habitantes de Springwood.

Además, el visionado del largometraje iba acompañado de unas gafas 3-D, lo que convertiría el pase en una horrible experiencia que podría marcar mi carácter para siempre, pues el amigo del jersey de rayas no tendría límites y podría caminar entre las butacas, entre los espectadores de la sala.

Yo sólo contaba seis tiernos añitos, pero en esa época ya comenzaba a estar interesado por el cine de terror y sus personajes, gracias a programas como Alucine de La 2, justo después del partido de Liga de los sábados. No conocía ninguna de las películas anteriores de la saga, pero mi mente ya sabía quién era ese tipo de las cuchillas y cómo se las gastaba. De todas maneras, mi madre me acabó llevando a ver la peli junto a unos amigos, a pesar de que intentó disuadirme (no penséis que mi madre es tan cruel y macabra), y yo no paraba de temblar e imaginarme cómo sería la película, minutos antes de su inicio. Pero me llené de valentía y me coloqué las gafas tridimensionales.

La pantalla se llenó de luz y Kruegger empezó a hacer de las suyas. Y toda la sala estalló en mil carcajadas y en murmullos de ¿pero esto qué es? Recuerdo que, pese a mi juventud y a la impresión que me provocaba cada aparición del monstruo, pronto dejé de tener miedo y me comencé a aburrir bastante.

El filme cuenta la historia de un chaval amnésico, que cree ser el hijo de Freddy, pues no le asesina nunca en sus sueños (realmente idiota una de las primeras escenas, en la que el chico cae rodando por una ladera durante un minuto, sin parar), pero que en realidad está siendo manipulado por Fred para llevarle hasta su verdadera hija, que ayuda a un grupo de jóvenes con problemas.

Tras la penosa muerte del que parecía el protagonista, tras caer desde el cielo hasta una cama de pinchos, los chicos problemáticos viajan hasta Springwood, de donde no pueden escapar. Allí ya no quedan niños, pues todos fueron asesinados por Kruegger, y sus padres se han vuelto locos, pensando que siguen ahí. Uno de esos padres es Tom Arnold, que nadie sabe muy bien qué pintaba por allí.

Cuando los chicos deciden pasar la noche en la vieja casa de Kruegger, es cuando empieza lo interesante: un cúmulo de despropósitos y muertes que parecen sketches de Cruz y Raya. Por ejemplo, un adolescente que es introducido por Freddy en un videojuego, otro que fallece tras la explosión de su audífono, Johnny Depp en la tele en un anuncio contra la droga, la aparición de una mujer que introduce un bastoncillo para los oídos en la oreja de uno de ellos y lo saca por la otra…

Aquí Freddy se ha convertido en una parodia de sí mismo, algo que se percibía en anteriores entregas de Pesadilla en Elm Street, pero que aquí llega a resultar penoso y doloroso para las retinas del espectador. Nada provoca miedo y las secuencias que pretenden ser más surrealistas y oníricas, como al llegar al pueblo de Springwood, son aburridas y faltas de calidad. Parecen dirigidas por un David Lynch borracho y puesto de farlopa hasta las cejas. Las muertes, a pesar de ser originales, no te lo hacen pasar mal, como ocurría en otras películas del personaje. Y todo por culpa de la New Line Cinema, que quiso rizar el rizo con esta última entrega, y de su directora, que había participado en el departamento de producción de las anteriores pesadillas.

Por otro lado, se puede prescindir perfectamente de las gafas, ya que sólo hay dos o tres momentos en el filme, donde diversos objetos salen de la pantalla, y tampoco es que maravillen, ni mucho menos. Y el final es lo peor de lo peor, pues a Freddy se le concede una entidad demoníaca, tras un pacto hecho en el Infierno, siendo protegido por tres espermatozoides de fuego (si veis la película, me entenderéis), que posibilitan que vuelva a la vida siempre. Por ello, la protagonista ha de adentrarse en los sueños de Freddy, armada con ¡unas gafas 3-d!, para acabar definitivamente con él y con la franquicia, que aquí llega a una degeneración extrema.

Sin duda, la peor película de Pesadilla en Elm Street, cuyas mejores bazas son su título y, como no, la interpretación de Robert Englund, siempre genial en su papel, aunque aquí parezca un Jim Carrey sin gracia. Pero como todos sabemos, fue seguida de más entregas y ahora esperamos el remake de la primera parte, que seguro superará a esta última pesadilla, inferior incluso a la nefasta segunda parte.

jueves, 19 de agosto de 2010

CENTURIÓN (2010)


Neil Marshall es uno de los mejores componentes del splat pack, formado por directores de cine de terror que no tienen reparos en mostrar sangre, violencia, desmembramientos humanos o escenas que helarían la sangre del más pintado. Entre ellos se encuentran los famosos Eli Roth y Alexandre Aja, que desde mediados de los años 2000, nos han brindado una buena cantidad de películas que pasarán a los anales de la Historia del cine por andarse sin contemplaciones, por no tener miedo en mostrar una decapitación o una tortura, pero también por saber crear historias interesantes y atmósferas inquietantes, demostrando su amor por el terror y por el cine en general, pese a que muchos critiquen la apología a la violencia en sus cintas.

El director que nos ocupa se hizo mundialmente conocido por la divertida Dog Soldiers (Neil Marshall, 2002), en la que un escuadrón de soldados en prácticas se adentra en un bosque poblado por temibles hombres lobo, que les darán caza sin cuartel, vísceras mediante. Posteriormente, Marshall nos regaló una de las mejores películas de terror de los últimos diez años, The Descent (Neil Marshall, 2005), donde la amenaza no se esconde en las criaturas que atacan a un grupo de espeleólogas, perdidas en el interior de una cueva, sino en ellas mismas, mostrando la verdadera naturaleza humana. Su siguiente proyecto fue esa locura de entretenimiento puro llamada Doomsday (Neil Marshall, 2008), que nos presenta una Escocia donde una plaga se ha extendido, matando a la mayor parte de la población; una suerte de batiburrillo que mezcla acción, terror, peleas en la Edad Media, persecuciones a lo Mad Max, tensión y humor negro. Ahora nos llega Centurión, un filme que no estará entre los más recordados del cine (los buenos aficionados seguro que lo recordarán pasados unos años), pero que supone una experiencia de acción y decapitaciones en la época del Imperio Romano, que merece pagar una entrada de cine.

La historia nos traslada al norte de Britania, una zona que no ha podido ser dominada por el vasto Imperio Romano, por culpa de los pictos, indígenas salvajes que combaten usando la técnica de las guerrillas, sin apenas dormir y dando caza a los romanos de cualquier manera, para expulsarles de sus territorios. En una de sus múltiples batallas, un Centurión es capturado, pero una avanzadilla de soldados de Roma logra salvar su vida, uniéndose entonces a la Novena Legión, cuyo general es respetado por su escuadrón. Todos se adentran en terreno picto, pero una emboscada deja numerosos muertos, un general capturado y una pequeña banda de soldados a la intemperie, en un lugar inhóspito, siendo perseguidos por los peligrosos pictos. Entre ellos está el Centurión, que intentará mantenerles con vida hasta llegar a algún lugar dominado por Roma. Pero la caza no tendrá fin.

Sin duda, estamos ante un filme que nos introduce en un momento histórico específico, pero que no se molesta en ser un filme histórico al uso, que nos enseñe cómo se vivía en aquella época o hasta dónde llegaba el Imperio de Roma. Más bien se trata de una película de acción violenta, de un slasher donde los adolescentes son los soldados romanos, y el psycho-killer, los pictos. Y en eso se basa; en una eterna persecución que te deja sin aliento, comandada por una picta muda, pero que resulta ser una experta cazadora y una gran luchadora. No obstante, los romanos están entrenados y no se dejarán coger tan fácilmente.

Son los momentos de acción los mejores de la obra, donde el director muestra su genial pulso narrativo y su conocimiento del género, pese a un guión sencillo, basado en el juego del ratón y el gato. Marshall salpica la pantalla de sangre en todo momento, y tenemos desde desmembramientos hasta lanzas que atraviesan cabezas. Todo realista, bruto y sin heroicidades. Es más, muchos de los personajes son deleznables, un recurso usado por el cineasta en casi toda su obra anterior.

Los actores están muy bien, sobre todo Michael Fassbender, el héroe de la función, y la guapa Olga Kurylenko, que nos presenta una villana de armas tomar, de la que es difícil escapar. El clímax final es potente, aunque menos de lo que esperábamos, pero aún queda un trágico final, que supone una buena conclusión.

En definitiva, un buen título de género con poderosas escenas de acción, sangre por doquier, unos personajes interesantes y una dirección frenética. Esperamos con ganas lo próximo del cineasta.

domingo, 15 de agosto de 2010

FLESHBURN (1984)


Calvin Duggai, un indio americano veterano de la Guerra de Vietnam, fue condenado a prisión hace años por abandonar a cinco soldados a su cargo en pleno desierto, los cuales murieron sin ayuda. Tras años en la cárcel, logra escapar, con el propósito de vengarse del grupo de cuatro psicólogos que le metieron entre rejas. De este modo, secuestra a los psiquiatras, y al igual que hizo con los soldados, les abandona en mitad del desierto, sin víveres y acechándoles en todo momento, para darles caza uno a uno.

Bochornosa película con aspecto de telefilme, que sólo tiene de bueno el título original, Fleshburn, ya que su nombre en castellano parece más bien un largometraje protagonizado por Steven Seagal. No obstante, se trata de una película de los creadores de la saga Yo soy la justicia (Death Wish, 1974), y se nota en el argumento, aunque la obra protagonizada por el mítico Charles Bronson fuera mucho más amena.

El villano de turno, interpretado por el actor especializado en películas de acción Sonny Landham, tiene los mejores momentos de la cinta, sobre todo cuando sale de la cárcel y comete su primer asesinato, o durante el asedio del grupo de especialistas. Apenas articula palabra, pero su presencia es fuerte y se trata de un personaje carismático, algo que ya quisieran para sí el resto de personajes, todos planos y aburridos. Landham es recordado fundamentalmente por ser uno de los soldados del grupo de Arnold Schwarzenegger en Depredador (Predator, John McTiernan, 1987), en concreto el indio que se atrevía a enfrentarse él solo con la criatura, y que no acababa muy bien parado, la verdad. Pues bien, en Objetivo venganza, consigue que le temamos y que sus víctimas sepan que no tienen escapatoria si luchan contra él.

Sin embargo, todo eso no quita que el filme sea aburridísimo, a pesar de durar 90 minutos exactos. Asistimos a la relación que une a los distintos psicólogos, pero ello sólo sirve para rellenar metraje, pues no tiene nada que ver con la trama y resulta de nulo interés. Una vez abandonados a su suerte en el desierto, deseamos que mueran pronto, pero lo peor es que la película es parca en asesinatos, ya que de todo el grupo, sólo uno muere. Para poder sobrevivir lo tienen crudo, pero el protagonista parece todo un boy-scout y al conocer técnicas básicas de supervivencia, consigue agua, alimento ¡e incluso botas hechas con piel de conejo! Mejor que El último superviviente (Man vs Wild, 2006). Eso sí, todo queda muy ridículo y superficial, y que ua filme se tenga que sustentar en ello, resulta penoso. Y es que apenas hay enfrentamientos contra el indio, salvo al final. Además, en una pelea que se resuelve fácilmente, sin dificultad para el bueno de la función.

De los otros personajes mejor no hablar, ya que nos intentan meter con calzador la ridícula conversión religiosa de uno de los psicólogos, cuya pierna está rota, así como el trío amoroso de los otros. Lo dicho, todo para rellenar y llegar al mínimo exigido.

En cuanto a los planos, el director abusa del plano general y fijo, signo del aburrimiento que le parecería dirigir aquel sinsentido. De ese modo, no se preocupa en hacer planos contraplanos o en mover la cámara. Y aguantar toda una película así, con diálogos sosos y con una realización planísima, no se puede. Por ello, como título de acción no funciona, ya que está carente de ritmo, pulso narrativo o suspense. Sabes que el malo está ahí, observándoles y esperando matar a sus presas, pero en ningún momento se percibe como un peligro increíble, a pesar de la fuerza del carisma del actor que lo interpreta. Vamos, que se tiran toda la película intentando sobrevivir, y lo más increíble es que lo logran, a pesar de estar varios días a la intemperie, en mitad de un desierto. Y en cuanto se ponen a caminar un poco, van y encuentran una carretera para escapar. Venga ya.

El título pasó con más pena que gloria por las carteleras, cosa que no es de extrañar ante una obra tan aburrida y lenta. No obstante, cuenta con algunos seguidores, que alaban su condición de filme de horror y acción diferente. Para mí, los momentos terroríficos son escasos, salvo por la omnipresencia de Duggai, pero es que un largometraje no se puede sustentar en ello. Un filme aburrido, hecho con desgana y que casi nadie recuerda, a pesar del boom actual de los ochenta. O sea, que de esta no se hace remake, seguro.